lunes, 23 de noviembre de 2009

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO


Arthur Rimbaud



Hace Tiempo, si mal no recuerdo , mi vida era un festín en el que se abrian los corazones  , en el que fluian  todos los vinos.


Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. -Y la encontré amarga. -Y la Escupi.




Me armé contra la justicia.




Y huí. ¡Oh brujas, oh miseria, oh saña: sólo a ustedes  fue confiado mi tesoro!

Conseguí disipar en mi espíritu todo resto de humana esperanza. Sobre toda alegría, para estrangularla, realicé el salto de la Fiera salvaje.


Llamé a los verdugos para morir mordiendo la culata de sus fusiles. Convoque a todas la plagas para así poder ahogarme en la arena, en la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el barro mas prutrefacto. El aire del crimen me secó. Engañe a la locura.


Y la primavera me dio la risa horrenda del idiota.


Pero, recientemente, a punto ya de morir, decidí buscar la llave que me abriera las puertas del antiguo festín, en el que, al fin , recobraría el apetito.

La caridad es esa llave. -¡Esta inspirada afirmación demuestra que he soñado!


"Siempre serás una hiena, etc...", exclamaba el demonio que me coronó con sus suaves espinas. "Bien, gánate a pulso la muerte con todos tus hambres , y tu egoísmo y todos los pecados capitales."


¡Bueno! Ya he tenido suficiente...: -Pero , querido Mefisto, se lo ruego, ¡no se irrite tanto! A la espera de esas pequeñas humillaciones que no acaban de llegar, arranco, para u sted que ama el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, unas cuantas hojas naseabundas de mi carnet de condenado.