sábado, 16 de enero de 2010

ALEJANDRA



En el fondo yo odio la poesía. Es, para mí, una condena a la abstracción






Alejandra Pizarnik fue la segunda hija de un matrimonio de emigrantes judíos centroeuropeos. Estudió bachillerato en Avellaneda, una ciudad del Gran Buenos Aires. En 1954 ingresó a la Facultad de Filosofía, luego se cambió a Letras, e hizo una breve incursión en la de Periodismo. No finalizó ninguna de ellas y en una tentativa por encontrar su verdadera vocación, asistió al taller de pintura de Juan Batlle Planas.

Entre 1960 y 1964 vivió en París, donde maduró como poeta y escribió el poemario "Árbol de Diana" (con prólogo de Octavio Paz). Asimismo estableció amistad con André Pieyre de Mandiargues, Octavio Paz, Julio Cortázar y Rosa Chacel. Estando en París trabajó un año para la revista Cuadernos para la liberación de la cultura como correctora de pruebas y colaboró con numerosas revistas de poesía y literatura americanas y europeas, como también con traducciones, entre otras, de Ives Bonnefoy y de Marguerite Duras.
Cuando regresó a Buenos Aires, publicó sus libros más importantes, "Los trabajos y las noches","Extracción de la piedra de la locura" y "El infierno musical". En 1968 obtuvo la beca Guggenheim y viajó brevemente a Nueva York y París. Por causa de sus continuas depresiones y tentativas de suicidio (en 1970 y 1972), pasó semirrecluida sus últimos años. A mediados de 1972 estuvo internada cinco meses en el hospital psiquiátrico Pirovano (Buenos Aires) y en un permiso para pasar el fin de semana en su casa, se quitó la vida con una sobredosis de seconal sódico. Tenía treinta y seis años de edad.


Fue una de las voces más representativas de la generación del 60, su poesía incurre en el surrealismo y marcó a las generaciones posteriores. Trabajó también en las tradiciones romántica y simbolista. Es responsable de poner en la escena el desgarrador silencio creativo y de abrir la puerta para las nuevas generaciones de mujeres poetas.
Alejandra escribía libre de sí y de todo, su poesía es creación y revelación de experiencia, una serie de instantes encadenados.
El 25 de julio de 1965, Pizanrik escribiría en su diario: "En el fondo yo odio la poesía. Es, para mí, una condena a la abstracción. Y además me recuerda esa condena. Y además me recuerda que no puedo «hincar el diente» en lo concreto. Si pudiera hacer orden en mis papeles algo se salvaría. Y en mis lecturas y en mis miserables escritos".
En 1967, conoce a Silvina Ocampo, con quien mantendrá una amistad de por vida.
Colaboró con la revista Sur, con críticas y bibliografías.
Pasó sus últimos años prácticamente recluida por sus tentativas de suicidio y sus constantes depresiones. En 1972, durante una salida de fin de semana del hospital psiquiátrico en el que estaba internada, se quitó la vida con una sobredosis de seconal.






Anillos de ceniza




A Cristina Campo



Son mis voces cantando


para que no canten ellos,


los amordazados grismente en el alba,


los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.






Hay, en la espera,


un rumor a lila rompiéndose.


Y hay, cuando viene el día,


una partición de sol en pequeños soles negros.


Y cuando es de noche, siempre,


una tribu de palabras mutiladas


busca asilo en mi garganta


para que no canten ellos,


los funestos, los dueños del silencio.




Moradas





A Théodore Fraenkel






En la mano crispada de un muerto,


en la memoria de un loco,


en la tristeza de un niño,


en la mano que busca el vaso,


en el vaso inalcanzable,


en la sed de siempre.
 
 
 
 
Salvación







Se fuga la isla.



Y la muchacha vuelve a escalar el viento



y a descubrir la muerte del pájaro profeta.



Ahora




es el fuego sometido.



Ahora



es la carne



..la hoja

 ..la piedra



perdidas en la fuente del tormento



como el navegante en el horror de la civilización



que purifica la caída de la noche.



Ahora



la muchacha halla la máscara del infinito



y rompe el muro de la poesía.












Tiempo







A Olga Orozco






Yo no sé de la infancia


más que un miedo luminoso


y una mano que me arrastra


a mi otra orilla.






Mi infancia y su perfume


a pájaro acariciado.
 
 
 
 



LA JAULA





Afuera hay sol.



No es más que un sol


pero los hombres lo miran


y después cantan.






Yo no sé del sol.


Yo sé la melodía del ángel


y el sermón caliente


del último viento.


Sé gritar hasta el alba


cuando la muerte se posa desnuda


en mi sombra.






Yo lloro debajo de mi nombre.


Yo agito pañuelos en la noche


y barcos sedientos de realidad


bailan conmigo.


Yo oculto clavos


para escarnecer a mis sueños enfermos.






Afuera hay sol.


Yo me visto de cenizas.